La posibilidad de ver en vivo a estas leyendas vivientes, nunca se siente real.
Por: María Murcia Fajardo
Pocas veces en la vida uno tiene la oportunidad de presenciar eventos que seguramente van a quedar escritos en la historia, ya sea la personal, la del país, o incluso, la de la humanidad. Sí, tal vez exagero un poco, pero la verdad es que ni en un millón de años me habría imaginado que hace un mes estuve viendo a The Rolling Stones, mucho menos en Bogotá.
Uno se la pasa soñando ver a esos grandes artistas y es hasta ahora que vemos, finalmente, cómo se acercan a nuestro país a ofrecer presentaciones inolvidables. Siendo The Rolling Stones la banda que es, ya podíamos anticiparnos a lo memorable que iba a ser su concierto en Bogotá.
He tenido la oportunidad de asistir a varios conciertos y festivales, y de ver agrupaciones que admiro y a otras que les tengo un cariño profundo. Si bien no soy fan eterna de la legendaria banda británica, no puedo desconocer lo grande de su influencia en la historia del Rock, el gran referente que es para todos aquellos que disfrutamos de este tipo de música. Sin embargo, creo que éste ha sido uno de los shows más especiales a los que he tenido el gusto de asistir.
Ya estoy acostumbrada a estar en conciertos con gente de mi edad (24 años) donde la multitud salta, empuja, grita y hasta pelea con otros asistentes; aunque, esas han sido muy pocas ocasiones. Este concierto me impactó por la cantidad de adultos “papás” que me rodeaban. Señores y señoras de la edad de mis padres que sonreían, aplaudían y cantaban las canciones con tanto ánimo y alegría que me hicieron pensar en lo importante que fue eso para ellos: así como yo he esperado durante mi adolescencia y parte de mi vida adulta por ver esta u otra banda, ellos han pasado décadas esperando, con MUCHA paciencia, ver a esos músicos que seguramente impactaron sus vidas o fueron la banda sonora de momentos cruciales mientras crecían.
Mientras Mick Jagger corría y cantaba en esta altura tan brava que tiene Bogotá, sin perder el aliento por un segundo, los espectadores lo seguían con la mirada y coreaban los versos de memoria y de corazón. Puede que esto no suene nada distinto a lo que nosotros vivimos en los conciertos; pero creo que muchas veces pensamos que aquellos esas personas ya de 40 en adelante no disfrutan esos eventos tanto como nosotros. Sin embargo, ver todos esos rostros de felicidad, a esas parejas que seguramente ya tienen dos o tres hijos hechos y derechos, disfrutando una noche como si tuvieran 20 de nuevo, fue realmente lo que me hizo el concierto.
Claro, haber visto a Mick, Keith, Ronnie y Charlie en el escenario, sin dejar de lado el profesionalismo de la banda y sus músicos acompañantes, es algo que va a quedar en mi mente y corazón por muchos años y, seguramente, será una historia que le contaré a mis nietos. El concierto fue un espacio de reunión: de los adultos con sus ídolos de adolescencia, así como de familias que llevaban a sus hijos a conocer ese capítulo tan importante de la historia musical desde la comodidad bogotana. Vale la pena destacar la participación de Juanes (el invitado sorpresa de la noche) a quien la audiencia recibió orgullosa, con aplausos y vivas. Nada de chiflidos ni abucheos. Ahí Juanes cumplía un sueño, como el de tantos otros, y nos hizo quedar muy muy bien.
No importó la lluvia, no importaron los problemas en la fila. Al final, El Campín se iluminó con las pantallitas de miles de celulares y las voces de los asistentes que llamaron a escena a una de las bandas más importantes y legendarias de la historia de la música. Cantamos, aplaudimos, la gente se abrazó y vivió una noche que sin duda alguna, permanecerá en sus corazones por el resto de sus vidas.
* Fotos artículo: Ocesa Colombia
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